27 de febrero de 2006

Pregón de Fiestas 2003

HIPÓLITO VELASCO MERCHÁN
23 de Agosto de 2003

SR ALCALDE, SRA. CONCEJALA, SRES. CONCEJALES, SACERDOTES, SEÑORAS, SEÑORES, JÓVENES, QUERIDAS PAISANAS, QUERIDOS PAISANOS

Cuando, a finales de junio, llegó a mi poder la invitación oficial de la Corporación para participar en las Fiestas Patronales de este año, en calidad de Pregonero, se cruzó en mi interior el sentimiento de gratitud, bien perfilado, con una emoción vibrante efecto de las vivencias de un pasado gozosamente vivido.

Sentimiento de gratitud a Vd., Sr. Alcalde, a Vds. Sra. y Sres. Concejales, por su deferencia conmigo. En reciprocidad manifiesto explícita y públicamente el deseo de que la dedicación de servicio, que iniciáis, sea creativa. Que acertéis en el gobierno que debéis ejercer. El servicio libre y honrado a la comunidad política es trabajo de señora, de caballero, dignifica a quien ejerce esta cualificada misión. El servicio público a la comunidad política es tan preciso y forzoso como indispensable el oxígeno a nuestra existencia biológica. Procede, por tanto, agradecer vuestra disponibilidad, y, en consecuencia, colaborar con generosidad por el bien de Villavieja, que es bien de todos los que la amamos.

La vibrante emoción nace por la ocasión que me brindáis de actualizar vivencias de una etapa que configuró inicialmente y determinó funcionalmente mi personalidad.


CARIÑO AL TERRUÑO

Al confiarme la singular ceremonia, escribís: es “obvio tu cariño al terruño”. Estáis en lo cierto, Sr. Alcalde. Dices verdad, José Manuel. Mi reconocimiento a esta entrañable Villa es expreso e inequívoco; mi gratitud gozosa.

La atmósfera de protección que constituía el cuidado de nuestros padres iba dando paso a relaciones nuevas que permitían estrenar experiencias. Nacía la década de los cuarenta. Tenía entonces 5 años. El espacio físico de Villavieja, su paisaje abierto, sobrio y recio encandilaba mis ojos. La relación que iniciábamos los de igual edad fascinaba mi ánimo. Más tarde comprendí que fueron años de especial dolor y gravedad. Pero nuestros ojos de niño, ilimitadamente receptivos, fabricaban mundos imaginarios, llenos de vida y ensueño, compatibles con las privaciones que imponían los tiempos.

Caminábamos, corríamos, jugábamos a “guardias y ladrones”, inspeccionábamos, rastreábamos desde el pueblo a Valgrande, “Al Cortadero”, a Pedro Alvaro, La Pernalona, La Mesa, “Al Monte Arriba”, “Al Pisón”, La Estación, “Al Lodero”, La Brezosa, “Al Bogajuelo”… El campo nos era familiar, le profesábamos cariño y gratitud; no así a los pájaros, anfibios, lagartos y demás reptiles, conejos, animales todos contra los que descargábamos nuestra insensata agresividad; por lo que, más de una vez, padecimos severos castigos físicos de padres y maestros. El espacio resultaba ilimitado. La limitación procedía de la obediencia a padres y educadores que, para evitar el peligro, nos prohibían acercarnos al río y a los prados donde pastaba el ganado bravo, tan frecuente entonces por estos aledaños. A pesar del inminente riesgo de sufrir el castigo de padres y maestros, si se enteraban de nuestras andanzas, vencía la atracción seductora de llegar a las proximidades del bravo y noble ganado, cuyas imágenes de reposado pastar o de agitado y avispado correr, provocado en la propia manada por la lucha de poder y dominio, constituía un espectáculo bello y emocionante.

Los ya iniciados nos introducían en juegos de lo más variados. Practicábamos juegos perennes y juegos de temporada. Comunes para vosotras y nosotros unos y rigurosamente diferenciados otros. Para vosotras: La Comba o El Salto de Cuerda acompañado de románticas y dulces melodías; a veces, acelerando la cuerda a velocidad vertiginosa la seguíais librando y burlando bajo los pies para envidia nuestra, incapaces de imitar vuestra hazaña. Para nosotros el fútbol, practicado sin balón. Corríamos tras de cualquier cosa redonda, ya fuera un envoltorio de trapos, de virutas, de pelota de goma, que se desinflaba con extremada facilidad, o tras una insignificante pelota de crepé, saltarina e incontrolable. El balón, hasta el año 1945, aparecía esporádicamente como propiedad de algún niño singularmente privilegiado. Bastaba la presencia del preciado y para nosotros entonces inexistente esférico, para que a su poseedor le aparecieran, como hongos, “amigos improvisados”.

La Plaza se convertía en un espectáculo impresionante, lleno de vida, de alegría, de griterío. Nos entregábamos más de 250 niñas y niños a los juegos más diversos y singulares, cuando esperábamos la hora de la catequesis o del rezo del rosario. Unas y otros jugábamos a Las Barreras, iniciando el juego con el ingenuo dialogo: “Guau va; guau venga; ¿hay perrito?; sí, por el lao que te dé la gana y te convenga”. Y a correr en torno a las barreras, cumpliendo rigurosamente, como en todo juego, las reglas establecidas. Nosotros jugábamos a Las Cuatro Esquinas, a La Una Anda la Mula, o Al Castillo, a La Ingorra, a Los Cuatro Barriles, Al Juego del Ratón, a los Santos, a La Peonza, …., Vosotras “Al Diabolo”, decíais, a Las Tabas, “Al Corro”, “Al Escarranchete”…. Podíamos recurrir a más de treinta. Es de admirar la capacidad creativa para inventar y establecer las reglas de unos juegos y entretenimientos de coste económico cero; así lo imponía aquella década de rigurosas privaciones, cuya escasez no mató la alegría de vivir, ni impidió nuestro crecimiento en fase tan frágil de desarrollo personal, pues los juegos cumplieron una función pedagógica admirable y de extraordinaria fecundidad. Todo juego auténtico conlleva gozo, experiencia psíquica y espiritual necesarias y saludables. El campo de posibilidades de acción e interacción con sentido, propio del juego del que habla la Estética de la Creatividad, exige atención, requiere rapidez, ofrece la ocasión de ejercitar la lealtad a las normas establecidas, compatible con el objetivo de victoria. Toda una escuela de formación que aquellas generaciones vivimos, y, entregados, saboreamos con entusiasmo. Al introducirnos los mayores, establecíamos vínculos e íbamos constituyendo, mediante el encuentro en los juegos, comunidad, objetivo esencial para el hombre.


ENSEÑANZA, CULTURA, DIVERSIÓN

La enseñanza ha sido en Villavieja objetivo prioritario. Se respetaba, admiraba y colaboraba con maestras y maestros en su labor educativa. De los párvulos y del colegio de monjas, que había entonces, pasábamos, a los 7 años, a Las Escuelas de arriba, donde se impartían cuatro grados o niveles, con estricta separación de niñas y niños. Existía un colegio privado para chicas. Hasta los 14 años asistíamos a la Escuela en horario diurno; en la adolescencia y ya jóvenes a clases nocturnas. Algunos padres nos enviaban a clases particulares, a “dar paso”, decíamos; en la generación siguiente se extendió la costumbre. El Párroco impartía también clases nocturnas, además de celebrar círculos de estudio por separado para jóvenes, hombres, las jóvenes y las señoras. Años después pude verificar el nivel de preparación alcanzado. Los conocimientos adquiridos en Villavieja me permitieron cursar el Bachillerato Superior en dos años de estudio.

La admiración por la cultura era manifiesta. En Las Escuelas se fomentaba la lectura para la que disponíamos de una modesta biblioteca. En fiestas solemnes se invitaba a oradores sagrados cultos y brillantes: Dominicos, capuchinos, jesuitas, de otras comunidades religiosas, canónigos magistrales y a cultos y brillantes oradores sagrados, hijos del pueblo. Algunos de nuestros padres y abuelos recitaban emocionados fragmentos de obras de teatro clásicas que ellos mismos habían representado; costumbre quebrada tras la grave y lamentable experiencia vivida en la década anterior. No obstante, seguía viva la afición al teatro, manifestación cultural de primera calidad. Nos visitaban actores y actrices de renombre: La gran compañía de Luque Salguero, de cuyo director, inteligente y sublime actor, oí alabar la sensibilidad de Villavieja para el teatro; con nosotros estuvieron y actuaron en dos largas temporada. Entre otras actuó también en Villavieja, varias temporadas, la compañía Medrano, y era nuestra delicia el circo. Las habilidades de arte dramático se conservaron en el reducto de la declamación, que practicabais las niñas, especialmente en el mes de mayo. Recitabais primorosas poesías. No sé por qué aquella sociedad jamás contó con nosotros, los varones…. Tal vez porque nos tuvieran por desmemoriados o por tímidos o por incapaces de expresar un arte tan hermoso y profundamente humano. (Es verdad que, en la década de los cincuenta, cuando algunas de las hoy aquí presente organizasteis una obra de teatro, se contó, tímidamente, con un varón: Juanito Vázquez. Aire nuevo remozaba la cultura). En la década de los cuarenta se hacía cada vez más presente el cine, entonces mudo; las ocurrencias del comentarista, en casos perogrullescas, nos provocaban la carcajada. La película, “El Cura de la Aldea”, se rodó en Villavieja y en Madrid. A Madrid llevaron a nuestros paisanos, que contaban sus experiencias con emoción de adolescentes. De niños intervinimos en la película, “El Camino del Amor”. Villavieja compaginaba su habitual actividad con el sentimiento gratificante de poner en escena secuencias de arte y de cultura.

Villavieja cantaba, bailaba, se divertía. Pueblo charro contaba con repertorio propio: Cantos y baile depurado y de estilistas galaneos, plantes, huidas y encuentros. Joaquina y Luis Pirolo eran intérpretes excelsos del baile charro. Su arte nos deleitaba. Con sus triunfos por España en los concursos de Coros y Danzas y con el Primer Premio Nacional, logrado en Estados Unidos, lo dieron a conocer. Villavieja receptiva ampliaba su repertorio. Los empresarios del entretenimiento y del servicio a la diversión adquirían la producción musical del momento. Emilio Pirolo, asesorado por una juventud sensible e intuitiva estaba a la última en sus adquisiciones. Villavieja cantaba y bailaba también a ritmo de lo nuevo.

En armonía con la sensibilidad de aquel tiempo, se nos sorprendía en Ferias con prestigiosas orquestas. Resultaba pintoresco en éstas fiestas la exhibición de peleles, títeres o muñecos, espantajos obra de ocurrentes como Carmen Arias o Celia de Crisanto, y que, fuera de la plaza, atraían, encendían y enfurecían a los bravos para contento y emoción de los espectadores. El Sr. Higinio nos honraba y divertía con su danza de “Rodear o bailar la bandera”. Concentrado y ágil a niños admiraba y a todos alegraba; qué gran don es el de darse y llevar alegría a los demás. Quizá el dramatismo que embargaba entonces muchos corazones pidiera como contrapunto la alegría de vivir, pues todo el año estaba salpicado de fiestas, entrañables unas; alguna conmovedora y grave; grandes y bellas otras; más las de Santiños de gorra: San Sebastián, San Antón, San Crispín, San Tirso…. Excepto en las de Semana Santa no faltaba la alegría, al igual que en las matanzas, la recogida del muelo, las bodas, a cuyo baile acudía la juventud. En carnavales el cariñosamente llamado “Tío Tanilla”, con su juego de la “Vaca Prima”, nos divertía y a la vez cual si de verdad fuera nos encogía a los niños el corazón. Otros siguieron la tradición que recogió Nazario. Muchos contribuían a incrementar la alegría: El Dr. Bruno, Antonio Mateos, con su hermano Manuel por paciente y con su equipo quirúrgico, formado por sus otros hermanos Salvador y Ángel; todos ellos con su gracia grave y a la vez zumbona y ocurrente provocaban la risa. El pudor de la época os privaba a vosotras de lo que para nosotros era excelente: Los cantos, la alegría, los guisos para relamerse, en la Taberna de la señora Casimira, admirable cocinera, servicial, cariñosa, siempre disponible. A tantos conocidos, hijos e hijas de Villavieja, que contribuyeron a educarnos y a los que sin complejos, ni falsos respetos humanos, a pesar de sus íntimos sufrimientos, supieron darse y poner sus dones al servicio de los demás y hacernos una vida más feliz, mi sincero y emocionado homenaje. En los momentos álgidos de diversión de los varones, no faltaba la danza de “A Ovira”. El Sr. Mateo, el curtidor, como en trance, serio, las manos sobre la solapa de su chaqueta, extasiado, entonaba el canto e iniciaba la danza: “A Ovira, vamos a Ovira…”. Le seguíamos con iguales movimientos, con quiebros, entendimiento, engaños…. El efecto era relajante, nos unía el gozo de vivir, de estar juntos, de participar, de entendernos, aunque, desde fuera, pudiera parecer que la danza carecía de sentido. Los mozos cantaban, rondaban a las mozas e interrumpían por sorpresa sus dulces sueños con más dulce despertar. Los Quintos, entonces sin la compañía de sus Quintas, relevaban a los inmediatamente mayores, con la celebración de San Silvestre, para cumplir con su primera obligación pública y consuetudinaria: Cuidar, animar y dar esplendor a la alegría, durante el año natural. Gallitos, seguros de haber estrenado mayoría de edad, cantaban, cantábamos reiterativos la canción creada para el acontecimiento por nuestro trovador e inolvidable Juan Ignacio.


OFICIOS Y ECONOMÍA

Timbre de gloria es el trabajo. Para todos debe ser inexcusable. Así se entiende en Villavieja. Unos pocos dejabais la Escuela a los 12 años, para estudiar fuera. Los demás, casi la totalidad, a los 14, sin remisión, las circunstancias y/o nuestros padres nos imponían el futuro profesional. Fenecen los cuarenta. Nace la década de los cincuenta. Las labores del campo, la ganadería, la artesanía, la industria o el comercio constituían el casi único marco ocupacional. Vosotras al hogar, digno y sacrificado destino, en casos la confección, si bien no se subestimaba vuestra colaboración en otros oficios, que realizabais con eficiencia ejemplar.

Un día sigue a otro día. La luz empuja a la noche. Vence segura las sombras, el pueblo rebulle. Renace joven la actividad. Se impone diligente, constante, hacendosa. Los panaderos amasan la harina que elabora el molinero. Cuecen el pan candeal, entonces supremo manjar. El martillo del herrero a golpe y fuego aguza sobre el yunque la reja del labrador rezagado, que no cumplió con el inexcusable deber en la anochecida tarde del día anterior o aguza pistolos, cuñas, picos, punteros, cinceles, bujardas, herramientas del cantero capaz de convertir el granito en “coto” o en obra de arte. A unos el ritmo del martillo sobre el yunque avisa del día naciente. El trasiego del ganado a otros. A todos lo confirman las campanas, que invitan al culto divino. Entre los madrugadores se sentía rebullir a los curtidores con sus “chancas” sonoras, buscando, en función de “canineros”, si el perro, en la noche guardián, ha expulsado generoso el sólido despojo, tan preciado para el curtido de pieles. Recorre las calles el Sr. Sebastián Tatán que pregona carnes, pescados, artículos de comercio y una lista de avisos a la comunidad, entre chascarrillos y estruendosas e inocentes ocurrencias.

Villavieja trabaja. En la recolección los agricultores apenas descansan. Los herreros calzan con hierro los rotátiles pies de los bueyes, los cascos de burros y mulos que, sin cesar, acarrean, trillan o mueven cangilones de noria. Otros oficios amplían su horario. Trabajan de “sol a sombra”, pues entrada la noche, siguen en faena. Los Tejares fabrican deprisa. Sus medios de producción sólo permiten la actividad de mayo a octubre. Un reducido número de profesionales, algunas jóvenes y los estudiantes, lejos de las aulas, disfrutan del relajante paseo de las tardes de verano. Los enamorados, a pesar de la febril actividad, hallan espacio para disfrutar del encuentro entre amada y amado, pues el amor no tolera compuertas.

En Villavieja, labradora, ganadera, comerciante, de artesanos consumados, de artesanos-artistas, de reconocidos artistas, resurge la economía. Fuera, la obra de canteros, constructores y albañiles empieza a ser dignamente compensada. La Estación de Ferrocarril, polígono industrial con Fábrica de harinas, Fábrica de trillos, Almacén de maderas, Almacén de minerales, Panera del Estado, Muelle con almacén y Embarcadero del ganado, es testigo de la presencia de numerosos viajeros, de dinámicos labradores, ganaderos, tratantes, curtidores, zapateros, canteros, constructores, productores de teja y ladrillo, carpinteros, pintores, herreros, mecánicos, electricistas, fontaneros, carboneros, conductores, carreros, transportistas, dulceros, regentes de la fonda y las posadas y demás profesionales. Recuerdo la ayuda que, generosa y mutuamente, nos prestábamos, en la recepción y embarque de mercancías. Con frecuencia ganaderos, mayorales y vaqueros dirigían Sierro abajo el ganado de lidia, arropado por los cabestros. La escultura, en carne viva esculpida, a la entrada del Embarcadero, efecto de inteligencia y habilidad era hermosa. Quienes teníamos la oportunidad de percibirla, si bien fugazmente, suspendíamos la actividad.

El mercado de ganado de los días 29 y 30 de agosto se convertía en escuela pública de negocios. Se practicaba el difícil arte de la negociación, haciendo compatible la lealtad y el respeto a los derechos del otro con el beneficio propio. Se cumplía la palabra dada, sellada con el apretón de manos y con la celebración del alboroque. Muchos acudían, cada semana, a los mercados de Ciudad Rodrigo, Vitigudino, Salamanca; algunos a otros mercados de España; un domingo al mes, a Lumbrales. Me divertía a los 15 años, ya de regreso en el tren, ver discutir a los mayores bajo los efectos del chispeante vino de Lumbrales. A sus conversaciones encendidas no faltaban chispazos de sabiduría.

Laboriosa, abierta, receptiva, Villavieja nos capacitó para otros mercados de trabajo. Fuera, sus hijos e hijas, y los hijos de estos ocupan puestos cualificados. Destacan en la enseñanza, la economía, el comercio, el derecho, en la defensa de legítimos derechos del trabajador, en la medicina, en la ciencia, la técnica, en El Ejercito, en el servicio a La Iglesia, en la cultura, en el arte. Los que aquí permanecéis tenéis acreditada vuestra laboriosidad. Con medios modestos habéis elevado la calidad de vida y que, gracias a vosotros, hoy todos disfrutamos: Mejoras en el abastecimiento de agua, pavimentación de calles, Piscina pública, Centro Multifuncional, magníficas Instalaciones deportivas, Hogar de los Pensionistas,…., Residencia de los mayores, sano orgullo de los que de aquí somos. Nos congratulamos y agradecemos a la Corporación anterior, a la actual y al profesor Manuel Calderero que nos hagáis partícipes, mediante Internet, de los acontecimientos que vivís.


ENCUENTRO Y FIESTA

En el encuentro hallamos la felicidad. Encuentro con las personas y con todo lo que es valioso. No basta la proximidad o vecindad física. El encuentro impone exigencias. Entre otras, ha de darse la generosidad, la apertura de espíritu, el respeto, la veracidad. En la adolescencia y primera juventud me di cuenta que Villavieja padecía serios y graves defectos. Defectos que tenían su origen en el hecho de no cumplirse por todos las exigencias de generosidad, apertura de espíritu, respeto, veracidad. No bastan las buenas intenciones. Si se cumplen estas exigencias, se logrará la armonía, la paz, la alegría; de lo contrario habrá desazón, desgarro, ruptura.

Villavieja ofrecía posibilidades efectivas para el encuentro, que consiste en relación activo receptiva: Generosidad de dar y gratitud de recibir, recíprocamente cumplidas. El 27 de marzo de 1957, al partir de Villavieja, nuestra maestra y entrañable Villavieja había llenado las alforjas de mi experiencia con un rico legado, que, agradecido, yo asumía: Hábito de trabajo y de redoblado empeño de realizarlo cada vez mejor; humilde y cuidadoso cultivo de la veracidad; sentimiento de libertad, hoy explícito en una de nuestras señas de identidad: La “Puerta a la libertad”; sentido de justicia; sincera y humilde religiosidad. En 1957 eran semillas vigorosas, consolidadas más tarde, en los cinco pilares que han enmarcado y sostenido mi proyecto de vida: Laboriosidad, voluntad de verdad, ansias de libertad, afán de justicia, humilde y sólida fe. He aquí la razón de la gratitud inmensa que profeso a Villavieja.

La fiesta es luz, alegría, gozo, júbilo, frutos del encuentro. La fiesta que celebramos es fruto del encuentro entre la semilla, la tierra, los vientos, el frío, la lluvia, el sol, el trabajo del hombre y el poder absoluto. Villavieja recolecta los frutos y celebra el encuentro generoso de la semilla, la tierra, los cielos, el trabajo de sus hombres y Dios. El conocimiento por fe nos enseña que la Virgen es Madre de Dios y Madre nuestra, pertenece al ámbito de la divinidad y al nuestro.

Confiados podemos decir: Virgen de Caballeros, Madre amable, Abogada fiel, por Dios elegida, por la Trinidad amada: Bajo tu Manto, Señora, seguros, nos acogemos; en los dolores y angustias a tu amparo de Madre acudimos; en las alegrías Te celebramos. Convocados en tu honor, hoy reunidos forasteros y lugareños con júbilo clamamos:

¡VIVA LA FIESTA!……
¡VIVA VILLAVIEJA!….