30 de junio de 2010

El sitio de Ciudad Rodrigo en 1810 (IV)

Continuamos en esta cuarta entrega, el relato que el general gobernador de la plaza de Ciudad Rodrigo, don Andrés Pérez de Herrasti, hizo del sitio que sufrió dicha ciudad en el año 1810 por las tropas francesas.

Hacia los fines del mes de mayo fueron llegando más tropas enemigas, que a proporción de su número iban extendiendo la línea de sus campamentos, y últimamente se situaron en el cerro de Ivanrrey y casería de Carboneros; cogiendo en semicírculo desde el vado de este nombre a la misma orilla del rio, hasta el de Cantarranas por la parte del convento de la Caridad, estableciendo un campamento de caballería apoyado a éste, otros dos de infantería sobre el camino de Zamarra, otros tres de la misma arma a la derecha de Pedro de Toro, otro muy grande de caballería sobre la izquierda y a la espalda de dicho pueblo, otro de infantería a la bajada del camino Real de Salamanca, otro en la Casa-blanca, otros tres desde los Lagares a Valdecarros, tres más de caballería desde el camino de san Felices al cerro de Mata-hijos, dos de infantería en el monte de Ivanrrey, y uno de caballería en Carboneros, cuyo total ascendía de 28 a 30 mil hombres de infantería, y de 7 a 8 mil de caballería, según nuestro cálculo, aunque los desertores que diariamente se pasaban a la plaza los hacían subir a mayor número ; pero nada adelantaron estas tropas, durante el mes de mayo, en los trabajos para el sitio, y se conoció que se empleaban en hacer salchichones, cestones y otros aprestos, perfeccionar sus abarracamientos, y formar otros para el mayor número de tropas que debían venir, y retardó el Iluviosísimo tiempo que hizo, que puso cuasi intransitables los caminos, abarrancó su artillería gruesa que había muchos días que estaba encallada en el pueblo de Matilla, y solo pudieron sacar adelante las piezas más ligeras, e inmensidad de municiones y otros efectos que conducían de Salamanca, cuyos parques y almacenes principales fueron estableciendo en el lugar de Pedro de Toro y convento de la Caridad.

Mariscal Ney, al mando del VI Cuerpo de Ejército francés

El 30 de mayo, que eran los días de nuestro Soberano el señor don Fernando VII, queriendo hacer una ostentación de nuestro reconocimiento, fidelidad y adhesión a este nuestro legítimo Monarca, dio orden el Gobernador de que se ejecutara un triple saludo general de todos los fuegos de la plaza ; y para que fuese al mismo tiempo de alguna ventaja en nuestras operaciones, se procedió al romper el día al 1º de toda la artillería de las murallas con pólvora sola, y al 2º a las doce en los mismos términos; pero para el de la tarde se cargaron todas las piezas con sus respectivos proyectiles, y pusieron en puntería conveniente, y como la curiosidad tenía a los enemigos en expectativa de él, y la confianza de que era sin bala, les había hecho salir de sus campamentos y aproximarse para verle mejor, pagaron el descuido con algunos daños, y tuvimos el agradable espectáculo de verlos correr por todas partes, y aun acudir muchos a las armas en aquella primera impresión de la sorpresa y aturdimiento.

Seguidamente toda la guarnición que estaba colocada en los dos recintos de la plaza y la caballería y compañías de cazadores que se hallaban formadas en el frente y costados del arrabal de san Francisco, hicieron su triple descarga graneada de fusilería, con que se completó la celebridad en que al mismo tiempo les dimos una muestra de los respetables fuegos que teníamos por todas partes y de todas armas.
El Mariscal André Massena, príncipe de Essling, duque de Rivoli.

El mismo día (según supimos después) había llegado al campo enemigo el mariscal Massena, príncipe de Slingh, general en jefe del ejército llamado de Portugal, que iba a mandar en persona las operaciones del sitio contra la plaza, y con él vinieron igualmente otras tropas de aumento, a todas las cuales pasó revista en los días consecutivos, y desde luego comenzó a colocar en posiciones algo más adelantadas, y conocimos iban a empezar con actividad los trabajos para los ataques; pero como por todas aquellas avenidas estaban, tomados los caminos, de suerte, que había mucho tiempo que no temarnos comunicación alguna, ni podíamos tener noticia de sus movimientos de la parte de Salamanca, quedamos ignorantes de si habían traído a la inmediación la artillería gruesa, y todo lo demás necesario para formar las trincheras, y establecer las baterías de sitio; y a fin que nuestras tropas que defendían la línea del arrabal no pudieran ser cortadas durante la noche, no siendo dable por las razones dichas ejecutar todas las obras proyectadas, se determinó como más breve el situar dos estacadas a derecha e izquierda de dicho arrabal para ponerlo a cubierto y que le sirviesen de alas, formando como una especie de hornabeque, y dirigiéndolas para enfilarlas, la primera desde el convento de santo Domingo al revellín dicho, y la otra desde el de san Francisco a las obras de la izquierda de la puerta del Conde; lo que fue de mucha utilidad para su defensa.

Al día siguiente, 1º de junio, vimos que principiaron a echar dos puentes de madera sobre el rio Águeda, uno por la parte de Cantarranas, y otro por la de Carboneros, cuyos caballetes y tablazones, según avisos antecedentes, habían construido en Salamanca, los que reconocidos y dado aviso de ellos al general Craufurd, comandante de la vanguardia del ejército inglés que estaba todavía en Gallegos, de acuerdo con este jefe, que vino el día 2 de junio a verlos por sí mismo, y aprovechándonos de una crecida bastante fuerte que entonces tenía el rio, tratamos de probar a destruírselos, enviando a unos lanceros de la partida de don Julián Sánchez, hombres de confianza y conocedores de aquel terreno, para que por la parte superior de la corriente en el monte del Carrascal, hiciesen una corta de árboles, que arrastrados por ésta pudiesen acaso verificarlo; pero aunque se ejecutó esta operación no resultó de ella el efecto que se pretendía, porque lo impidieron las tortuosidades del curso del rio, que hacían detener y encallar los troncos que debían causar el destrozo de los caballetes.

Los enemigos, luego que tuvieron dichos puentes establecidos, pasaron a situarse a la otra orilla del rio, colocando primero campamentos a la cabeza de los puentes, y extendiéndolos después progresivamente a mayor distancia, hasta que circunvalaron enteramente la plaza, e interceptaron todos los caminos y puntos de avenida de Gallegos, el Bodón, Pastores y Fonseca, con lo que nos cortaron del todo la comunicación.

Ejecutado esto, siguieron a destruirnos los molinos harineros llamados de Barragán y de los Cañizos, habiendo hecho antes, lo mismo con el de la Caridad y el de Carboneros, a pesar de que estaban fuera de la jurisdicción de la plaza, y no podíamos servirnos de ellos ; pero las dos primeros nos eran muy necesarios, y la posesión que de ellos tomaron nos empezó además a estrechar, por estar situados en puntos muy inmediatos, y con la ventaja el de Barragán, de que lo encubría de nuestros fuegos una grande y espesa alameda, que desde la inmediación del puente llegaba hasta él.

En consecuencia dispuso el Gobernador el día 6 que se ejecutase una salida de 400 hombres de infantería a las órdenes del teniente coronel don Luis Minayo, comandante y actual jefe del regimiento de infantería de Mallorca, antiguo, bizarro y acreditado oficial, con el doble objeto de arrojar a los enemigos de dicho molino, y de las huertas inmediatas llamadas de Samaniego, donde se habían igualmente  alojado, y de talar por los zapadores al mismo tiempo la alameda dicha, que nos impedía poder batir con los fuegos de la plaza todo aquel terreno, y el de la orilla opuesta del rio, aspillereando también los tres costados de la cerca del convento de santa Cruz, contiguo, lo que nos fue muy ventajoso, pues dirigiendo ellos por su inmediación sus líneas de ataque se le retardaron los trabajos con pérdida de mucha gente. Estos empeños se realizaron con el mejor éxito, por la buena dirección de dicho jefe y demás oficiales que se destinaron a su ejecución, y por la intrepidez propia de las bizarras tropas que concurrieron a ella; y habiéndose conducido hasta el extremo de la alameda los dos morteros ligeros que sirvieron en la salida del día 1º de mayo, no solo se les desalojó del molino, y de todos los caseríos y huertas de Samaniego, sino que se les hizo retroceder hasta Palomar, a pesar de que enviaban de sus campos de Valdespinos crecidos refuerzos de tropas hacia aquel punto, y adelantaron por la caída del teso de san Francisco dos obuses y un cañón de campaña para sostenerlas y tirar contra las nuestras; pero éstas se mantuvieron firmes hasta completar la operación que auxilió la plaza con un vivo fuego de la artillería de todo aquel frente, de manera, que se les causó una pérdida muy crecida, que no bajó de 100 hombres entre muertos y heridos, y hasta en la retirada de sus refuerzos se les acertaron cinco ó seis tiros de balas y bombas en medio de sus columnas, que las pusieron en dispersión. La acción duró desde las doce hasta las cuatro y media de la tarde, y por nuestra parte solo tuvimos en ella dos soldados muertos y un oficial, un sargento y cinco soldados heridos.

La tala de la alameda no pudo completarse enteramente porque eran necesarios muchos días y brazos para ella, aun sin tener enemigos que la impidiesen ; pero se continuó los días siguientes al abrigo de partidas que se avanzaban a sostenerla, y solo quedaron por último diez ó doce árboles al extremo, que no fue posible abatir, por estorbarlo las trincheras y apostaderos que ya entonces habían formado los enemigos a su inmediación, bien, que no encubrían la jurisdicción del molino y de toda su circunferencia.

El día 8 por la noche comenzaron los enemigos a formar espaldones en la cima del teso de san Francisco, e hicieron varios hoyos a los costados de las huertas de Samaniego, en los que amanecieron colocados el día 9, tiroteando desde ellos sobre nuestras avanzadas, y aunque estas y la artillería de la plaza les hicieron un vivo fuego todo el día, no se les pudo desalojar a causa de la profundidad en que se encubrían, en la que no podían causar efecto nuestras balas, y únicamente lo hacia alguna otra bomba ó granada que por casualidad se les acertaba a introducir.

Pero reconocida de antemano la torre del convento de san Francisco (sobre la que tratamos de probar si se podría colocar algún cañón, lo que no nos fue dable por su estrechez, y ser necesario ejecutar muchas obras para realizarlo, que las circunstancias no nos permitan emprender) establecimos, en ella algunos mosquetes, que servidos por buenos tiradores de urbanos hicieron un continuo y acertado fuego sobre los trabajadores del teso de san Francisco, con el que se les hacían retardar las obras, y causaban pérdidas considerables de gente.

Sucesivamente fueron aumentando y adelantando dichos apostaderos y hoyos, cuya línea corrieron hasta la orilla del rio, frente al molino de Barragán, y a pesar del activo fuego que hacia todos ellos se les dirigía de continuo de todas partes, con especialidad por las noches, cuando oíamos ó nos daban aviso las avanzadas de sus trabajos, los siguieron constantemente por todo el frente de la izquierda de la plaza, y desde ellos comenzaron una especie de ataque de fusilería, tirando sin cesar sobre nuestros recintos, e introduciendo sus balas hasta en las calles y casas de la ciudad, donde mata ron e hirieron a varios ; y como no era posible impedirles aquel establecimiento por medio de una salida, que no teníamos tropa suficiente para emprender con la fuerza que era preciso, ni debíamos aventurar estando ellos en una situación tan ventajosa y cubierta, y en número tan superior, nos ceñíamos a algunos ataques parciales de guerrillas, y al incesante fuego que día y noche se les hacía de artillería y fusilería desde los recintos de la plaza, donde se habían formado sobre el parapeto aspilleras de sacos a tierra para el uso del fusil, y cubrir a sus defensores, con los que probablemente, y según hemos sabido después se les causaron pérdidas muy crecidas de gente.

Por último, en la noche del 15 al 16, al abrigo de estos apostaderos dichos, abrieron la trinchera formal que se extendía desde el principio de la cima del teso de san Francisco, frente del mismo convento, hasta la casa principal de la huerta de Samaniego, con dos líneas de defensa por los costados, y muchos ramales de comunicaciones para dirigirse a ella, y situar tropas que la sostuviesen ; pero no la realizaron a poca costa, pues luego que por el ruido de los útiles conocimos el trabajo, se les dirigió contra él un fuego el más activo de todas armas, con el que se les hizo un destrozo considerable, hasta que pudieron cubrirse de nuestros tiros.

Al mismo tiempo iban por la derecha y frente de la plaza adelantando sus posiciones desde el molino de los Cañizos por las huertas llamadas de Céspedes, la Cantera, san Agustín el viejo, Paredones, Cementerio y Casa de Pero Pulgar, por medio de emplazamientos y espaldones que construían de noche ; pero todos estos terrenos los fueron ganando a palmos, especialmente los primeros que les costó mucha sangre el ocuparlos, y solo lo consiguieron en fuerza de la superioridad de su número ; pues como desde el día 18 del anterior mes de mayo, notando la actividad de las conducciones de efectos de los enemigos para emprender los ataques contra la plaza, y siendo preciso reforzar con mayor número de tropa los puestos exteriores de ella, y aumentar algunos para la observación de sus movimientos había destinado el Gobernador con este objeto al batallón de voluntarios de infantería de Ávila, dando a su Teniente Coronel y Jefe don Antonio Vicente Fernández el mando de todos, y poniendo a sus órdenes igualmente los 400 hombres de las compañías de Cazadores de la guarnición, que hasta entonces habían desempeñado éste servicio a las de don Antonio Camargo, Comandante del mismo, constando la fuerza del batallón de Ávila de 857 hombres, resultaron 1257 en el nuevo establecimiento, de nuestra línea exterior, y se colocaron en la forma que pareció más conveniente, para que estuviesen apoyados unos puntos de otros, procediendo el expresado Jefe don Antonio Vicente Fernández en este arreglo y colocación, según las instrucciones que recibió del Gobernador, con la pericia e inteligencia que le son propias, y acreditando en el desempeño del encargo su actividad, celo y conocimientos militares, y muy desde luego comenzó a experimentarse el buen efecto de esta disposición.

Porque habiendo los enemigos emprendido en las noches inmediatas varias sorpresas y ataques a nuestros puestos avanzados, fueron siempre vigorosamente recibidos y rechazados por todos ; y posteriormente en la noche del 17 de junio se portaron con el mayor valor las tropas del expresado regimiento de Avila, que cubrían la avanzada de las huertas de Céspedes, conteniendo con un fuego el más vivo y bien dirigido a una columna enemiga muy crecida de infantería, que apoyada de otra de caballería vino a atacarles, y llegó sobre ellos hasta tiro de pistola, a cuya distancia les dio la primer descarga; pero firmes en sus puestos, y llenos de espíritu y confianza, a pesar de su inferioridad, se sostuvieron hasta hacer retroceder de su empeño a los enemigos, y obligarlos a retirarse desordenada y precipitadamente, dejando muchos cadáveres y despojos en el campo de la refriega, que a la mañana siguiente se recogieron y trajeron a la plaza.

Por la parte del Caño del Moro intentaron también otro ataque los enemigos la noche del 19, de que fueron igualmente rechazados, y lo repitieron la del 20 a un puesto avanzado por su izquierda, que estaba establecido sobre el costado derecho del convento de santa Cruz, donde llegando una numerosa partida de caballería francesa hasta la inmediación de las centinelas que tenia avanzadas el oficial de Ávila que lo mandaba, y dándoles éstas el quién vive, respondieron en muy buen castellano, “lanceros de don Julián” ; y adelantándose entonces el oficial a reconocerlos, lo rodearon, acuchillaron y se lo llevaron herido, como igualmente a los centinelas ; pero alarmada la guardia, y conocido el engaño, les hizo fuego, y obligó a retroceder, libertándose de este modo de ser igualmente envuelta y cogida por la misma astucia : de resultas de lo cual, se estableció desde aquella noche (para que prevaliéndose de la obscuridad no pudiesen volver a usar de otra estratagema semejante, que les facilitaba sin duda la proporción de los españoles que tenían consigo) que en lo sucesivo, el propio don Julián Sánchez, después de obscurecer, diese a todos los puestos de la línea exterior una contraseña particular, a fin de que pudiesen distinguir a la tropa suya, cuando se acercase de patrulla ó reconocimiento.
Moderna réplica de un cañón situado en las murallas mirobrigenses que apunta hacia el teso de San Francisco, justo detrás de los edificios, donde se situó la artillería de brecha francesa,