13 de julio de 2010

Crónicas villaviejenses

Traemos hoy a este blog un pequeño artículo titulado "Crónicas villaviejenses" y que fue publicado el 8 de marzo de 1914 por el bisemanario ilustrado "El Charro" editado en Salamanca. Lo firma Germán Herrero.


Crónicas villaviejenses
Invitado a hacer un viaje, a este para mí querido pueblo, levántome a las cinco de la mañana y vóime a la estación, acomodándome lo mejor posible en un tercera, para hacer el trayecto que separa a Villavieja de Salamanca. Como es domingo, algunos estudiantes van a pasar el día a su pueblo, por lo que se entabla entre los viajeros una entretenida conversación.

Un joven estudiante cuenta la odisea de sus estudios con cierto aire de superioridad que le hace simpático a sus oyentes.

Estos le escuchan embobados y admirados, de su osadía.

Un señor gordo se lamenta .en un rincón de la falta de caloríferos

Una señora chilla contra un viajero que pretende ir asomado a la ventanilla, a trueque de hacerla coger un resfriado. Entra el revisor, lo que hace que se interrumpan todas las conversaciones.

Llegamos a la estación de Fuente.

El viaje que empezó de noche se hace poético con la salida del sol

¿Quién no goza contemplando un hermoso amanecer?

Embebido en hondas reflexiones siento que para el tren y una voz dice: ¡Villavieja... un minuto! Tomo el camino del pueblo. Es una carretera rodeada de chopos que se tuerce con una especie de coqueteo, como si quisiese ser el camino intrincado difícil de una mansión celestial.

Al llegar a una cuestecita, diviso en la hondonada que termina la carretera, como un bando de blancas palomas posadas en tierra, para recibir las caricias del sol.

Son las casas de Villavieja.

Más allá se ve un monte, tan espeso, que parecen sus árboles un gran bando de milanos que espera ojo avizor el vuelo de alguna paloma para caer sobre ella.

A lo lejos, recortado del bello arrebol, se ven unas siluetas, que evocan las montañas de los nacimientos de Nochebuena.

El sol, como encendido volcán, envía su brillante lava a la tierra, como si quisiera vestirla de esplendoroso manto de luz, para prepararla al día de fiesta.

Las ramas de tos árboles, son movidas por un viento acariciador.

El aire penetra en los pulmones, ensanchándolos con una fuerza vivificadora.

Ensimismado en hondos pensamientos, con la vista fija en el espacio, evocaba Ios cuentos de hadas que de niño mi abuela me contaba y ya creía ver aparecer los genios alados conduciendo en dorado  carro al hada de-la dicha, coronada de flores; cuando el alegre repiqueteo, de las campanas de la iglesia  llamando a los fieles llegó hasta mi como un misterioso llamamiento.

El bando de palomas pareció animarse.

Ya se distinguían las jóvenes ataviadas con sus mejores galas, dirigirse al templo.

En lo más elevado de la torre una cigüeña extendía sus enormes alas como para lanzarse al espacio.

Otra más perezosa, muellemente, echada, sobre el gigantesco nido, miraba con curiosidad a unos chicos que con largas varas pretendían,-desde el campanario, inútilmente espantarla.

… Y las campanas volvieron a sonar por segunda vez, avisando a los fieles que el domingo, el glorioso domingo, había llegado.

Y jóvenes y viejos salían de sus casas reuniéndose para santificar el día señalado por las tres divinidades.

Por el Padre, que empezó en domingo la creación.

Por el Hijo, que resucitó en domingo, después de sacarnos del abismo del pecado.

Y por el Espíritu Santo, que se apareció en domingo a los apóstoles en figura de paloma.

Y apretando el paso llego hasta unirme con ellos para dar gracias al Señor de tanta belleza.

Germán Herrero.