6 de septiembre de 2010

Estudio histórico clínico de una doble epidemia (VI)

Continuamos hoy con el sexto capítulo de este premiado trabajo de nuestro paisano y médico don Dionisio García Alonso.



CAPÍTULO   VI

HABITANTES

Sancionado como está por la experiencia que las condiciones inherentes al modo de ser físico é intelectual de los habitantes de un pueblo, constituyen un elemento, poderosamente modificador, no sólo de la salud y modo de enfermar de cada uno aisladamente, sino también de la salud pública y manera de evolucionar las epidemias ó enfermedades generales, no creo conveniente dejar de mencionar algunos datos referentes á este particular, por los que puede hacerse mucha luz sobre hechos que, sin ellos, no encontrarían satisfactoria explicación.

Cuenta la población de esta villa, según el censo oficial hecho en 31 de Diciembre de 1887 con 1.781 habitantes, de los cuales son varones 921 y hembras los 860 restantes. De entonces acá, la población ha aumentado y hoy bien puede asegurarse y aún comprobarse con los datos del movimiento demográfico, ya que ni la emigración ni inmigración han podido hacer variar sensiblemente el resultado, que el número de habitantes es, si no sobrepasa, de 2.000. No llama la atención el hecho de que supere el número de varones al de hembras, por ser ésta ley general; pero lo que sí hace parar en ello las mientes, es la mayor densidad relativa de la población infantil, ya que los niños de diez años abajo están en la proporción aproximada de 28 por cada 100 habitantes; cosa no corriente en las poblaciones mayores y que es un dato elocuentísimo que habla, además de otras muchas causas, en favor de los pueblos de corto vecindario para la crianza y desarrollo de la niñez.

El movimiento demográfico, por lo que respecta á natalidad y mortalidad en los diez últimos años, se halla contenido en el cuadro estampado á continuación, de cuyo examen se deduce que en el transcurso de esos años y sólo por el exceso de la natalidad sobre la mortalidad, ha aumentado la población en 252 habitantes; cuyo aumento explica claramente el predominio relativo de la niñez, como dijimos más arriba, y el hecho de que este aumento esté caracterizado por el mayor número de individuos que componen cada familia, ya que el número de éstas no permanece siquiera estacionario, sino que ha disminuido.


Puede explicarse la proporción algo elevada de la natalidad por el bienestar físico que, en general, se disfruta en este pueblo, en el que es muy raro el obrero que, gozando de salud, no tenga lo necesario para la satisfacción de sus más apremiantes necesidades; y la cifra un poco baja de la mortalidad con relación á la media, registrada para España de 33 por 1.000, entre otros factores más ó menos importantes, al esmero y solicitud con que generalmente asisten las familias á los enfermos, cuyo hecho difiere grandemente, sobre todo en los niños, con lo que ocurre en pueblos no muy lejanos, en donde por la índole de las ocupaciones de los padres ó por otras causas, se descuidan sus enfermedades, en términos que frecuentemente el médico es llamado por primera vez poco menos que para expedirles la certificación de defunción.

Son los habitantes, en general, fuertes y robustos; el temperamento predominante, al igual que en la mayor parte de los pueblos de esta provincia, es el sanguíneo; pero no dejan de verse ya varios linfáticos de origen hereditario, cuyas familias, al cruzarse con otros temperamentos, van dando por resultado generaciones híbridas, con predominio casi siempre al linfatismo, y al cual contribuyen con su óbolo también la perniciosa costumbre de la vida sedentaria en muchas madres, la nimiedad y excesivos cuidados con que, al igual de los grandes centros de población, tratan de rodear á los niños, afeminándolos, y las malas condiciones higiénicas de las escuelas; y cuando mayores, la errónea convicción de que, por delicados ó enfermitos, no pueden dedicarse á trabajos de campo ó al aire libre, que serían los más convenientes, condenándoles á la vida sedentaria y monótona del taller.

Otra de las causas, á mi juicio, del predominio que en este pueblo quiere ir tomando el linfatismo, radica, aunque parezca paradójico, en la esmerada asistencia que hemos dicho se prodiga en las enfermedades de los niños, y que da lugar á que seres entecos y enfermizos puedan, á fuerza de cuidados, llegar á adolescentes y aún á adultos, sin perder por eso el sello de su constitución originaria, la que seguramente han de legar con la vida á los seres que de ellos nazcan (1).

(1)   Frecuentemente he pensado que el predominio del temperamento sanguíneo en los pueblos rurales, agrícolas sobre todo, obedece, entre otras causas, en parte no pequeña, á la educación espartana que reciben los niños por igual, y que da por resultado la muerte prematura del débil ó achacoso que no puede resistir tamaña prueba, al paso que conforta y vigoriza al que era ya fuerte desde ab initio.

Hay también varios nerviosos, casi siempre ligados al linfatismo, que reconocen por causa la pésima costumbre de atiborrar la inteligencia de los niños con multitud de conocimientos, que si satisfacen la vanidad de sus padres, son quizá una de las mayores causas eficientes de futuras desdichas para ellos y los mismos niños. Las pasiones, los disgustos, las lecturas inconvenientes y otra porción de causas como estas, contribuyen también grandemente al incremento sucesivo de semejantes temperamentos, desconocidos casi por completo hace unos años, cuando las costumbres patriarcales, vida morigerada y falta de las fuertes emociones y agitación febril propia de la época en que vivimos, eran un valladar inexpugnable ante los golpes de piqueta de la falsa civilización por la que ya nos vamos dejando avasallar y la que, á trueque de placeres de oropel y comodidades satisfechas, déjanos exhaustos de la savia vivífica y saludable que caracterizaba hace algún tiempo y aun hoy predomina en las pequeñas poblaciones; pero cuyo predominio, sin ser profeta, puede augurarse concluido para una época no muy lejana.

Otro de los principales motivos de tal estado de cosas, reside en los vicios sociales, que en ésta, como en casi todas las poblaciones obreras, han ido tomando carta de naturaleza y con tendencias de aumento.

Dedicados todos los habitantes de esta villa, con muy raras excepciones, al trabajo corporal, pues que aun los que pertenecen á la clase acomodada han tomado el buen acuerdo de no sustraerse a esta ley, divididos por igual entre operarios agrícolas  y operarios industriales, obsérvase, en general, que los primeros constituyen la parte más sana y morigerada, conservando más fielmente las antiguas tradiciones y dejándose influir muy poco por las corrientes modernas; al paso que los segundos, subdivididos en las tres clases de zapateros, curtidores y canteros, con su mayor sedicente ilustración, con las ideas adquiridas en el mayor roce y comercio con las gentes, con sus frecuentes viajes en busca de trabajo ó para la expendición de sus productos, es la que camina al avance y en busca de los sueños dorados del obrero de los grandes centros. Refiérome con esto tan sólo á los obreros, los que trabajan por salario, buena parte del cual va á parar á manos de los expendedores de bebidas ó á las de la compañía arrendataria de tabacos; vicios los dos, el de beber y el de fumar, sumamente arraigados en esta clase. Y como estos salarios son insuficientes para atender á las necesidades ficticias que se han creado, entre las cuales no es la menor el lujo, sobre todo en las mujeres, de ahí el que cuando carecen de trabajo por enfermos, única causa que á ello da lugar, tengan que dedicarse á implorar la pública caridad, ó bien ser trasladados al hospital más próximo, cosa desconocida y hasta considerada denigrante para este pueblo hace unos años.

Cierto es que no alcanza este juicio á todos los individuos de esta clase, en la que, por fortuna, aún predominan los hombres chapados á la antigua, y cierto también que dando muestras de previsión, ha fundado esta clase una sociedad de socorros mutuos para enfermos é inútiles que les libra de la miseria absoluta cuando se encuentren en esas condiciones; pero sobre no responder el socorro diario á todo lo necesario, cábeme la duda de si dicha sociedad será un beneficio ó nó para cierto número de asociados que, halagados por la idea de tener el socorro cuando lo necesiten, no piensan en prevenirse con el ahorro para casos excepcionales, siendo este un motivo para dedicarse más de lleno á sus frecuentes intemperancias y francachelas.

La alimentación ordinaria en esta población, es sana y abundante; no existen grandes necesidades ni miseria, por cuanto siempre hay trabajo para el que quiere y puede trabajar, y al que no puede, la caridad pública le auxilia; su base principal la constituye el pan de trigo, carnes de cerdo, legumbres y hortalizas; no suelen faltar tampoco carnes de ternera ó de carnero que sufren en el matadero la inspección municipal, la cual no alcanza á las carnes que, muertas natural ó artificialmente, son destinadas á las casas de sus dueños, grandes ganaderos, donde se consumen.

En instrucción elemental parece este pueblo y visto sólo por fuera, uno de los más adelantados, y así es en efecto en las generaciones adultas; mas en la juventud y al paso de los vicios y adelantos de la época, va cundiendo la ignorancia, haciendo pendant con la libertad y autonomía con que pretende descartarse del dominio que Dios y la naturaleza dieron sobre ella á los padres y autoridades.

También forma juego con estos pretendidos derechos al vicio y la barbarie, la indiferencia religiosa que se ha ido apoderando de los espíritus, y que aunque no es general ni mucho menos, se va siempre extendiendo, siendo impotente la corriente de reacción que en este punto se trata de imprimir para que no llegue este pueblo á desmerecer del concepto profundamente religioso en que se le tuvo hasta hace poco, y que hoy va cambiando por el de escéptico, ó cuando menos, indolente en los asuntos del alma, al paso que activo y laborioso en los del cuerpo, en cuyo punto casi traspasa la linde de la justicia, para internarse por el feo camino de la avaricia y aun por el repugnante  y sórdido del egoísmo; vicios capitales propios del siglo positivista en que vivimos, y que aquí, como en todas partes, si bien aún no imperan, se van generalizando.