28 de septiembre de 2010

Estudio histórico clínico de una doble epidemia (VII)



Continuamos hoy con la publicación del capítulo VII del trabajo de investigación llevado a cabo por el médico villaviejense don Dionisio García Alonso en 1897 y que resultó premiado simultáneamente por las Academías de Medicina de Barcelona y Madrid.

CAPÍTUDO VII

ENFERMEDADES DOMINANTES

Quien con un poco de atención haya leído los capítulos precedentes, si al mismo tiempo posee aunque no sean más que nociones de patología general en lo referente á etiología, puede predecir, casi con seguridad, la clase de enfermedades que más comúnmente han de observarse en la localidad.

Merece, entre todas, lugar predominante el paludismo, del cual da buena cuenta el arroyo, desecado en verano, de las Tenerías y los riegos de los huertos intraurbanos. Solo ó asociado con otras enfermedades, puede bien asegurarse que es rara la enfermedad que de Mayo á Septiembre se presente en la localidad que no reconozca como causa, ó al menos como concausa, la presencia en la sangre del hematozoario de Lavaran, el que, si casi siempre se reconoce fácilmente por sus manifestaciones más comunes, se oculta muchas veces bajo extraño ropaje, ó bien viene embozado con las manifestaciones de la enfermedad acompañante, siendo necesaria gran sagacidad y el conocimiento claro de su preponderancia como causa morbífica en el pueblo para poderle descubrir y tratar con fruto.

Las gastritis, enteritis y enterocolitis, á las que á veces siguen las disenterías agudas, las indigestiones, empachos gástricos é hiperemias hepáticas y aún hepatitis, son las enfermedades que en verano alternan con las palúdicas en frecuencia é intensidad, respondiendo á los fuertes calores, trabajos al sol y bebidas abundantes de aguas sucias ó impurificadas. Si á esto se agrega que dichas aguas, como escasas que son, se toman de cualquier parte y aún de manantiales próximos á pequeños lavaderos que en muchas fincas particulares existen, no es ilógico suponer que, contaminadas con la presencia en ellas de uno ó varios agentes morbíficos, sean la causa de la frecuencia en esta época del año y principios de otoño de afecciones tíficas, solas ó asociadas, como es lo más común, á estados gástricos y paludismo.

La instabilidad de la temperatura en todo tiempo y el predominio de los fríos en invierno y primavera, traen consigo las inflamaciones a frigore, las bronquitis y reumas de todas clases y en todas las regiones; afecciones aquí muy frecuentes, á las que contribuyen también en la población industrial los pasos repentinos del calor al frío, malas condiciones del suelo y pésima calefacción de los talleres.

La preponderancia que el linfatismo y nervosismo van tomando sobre el sistema sanguíneo, explica de un lado la facilidad con que las enfermedades se hacen crónicas, y da razón por otro de la frecuencia de los desórdenes nerviosos, constituyendo ellos solos la enfermedad (neuralgias, histerismo, jaquecas, etc.), ó bien acompañando como síntomas ó simples epifenómenos á otras enfermedades (delirio, calambres, convulsiones).

Esto mismo, unido al abuso y aún al uso del tabaco, bebidas alcohólicas, vida sedentaria, sobre todo en las mujeres, fuertes condimentos é intemperancia, son los principales agentes productores de las dispepsias crónicas, hemorroides, degeneraciones, retardos de nutrición, obesidad, aquí muy frecuente en los adultos, para transformarse en la prole en constituciones pobres ó empobrecidas, asiento predilecto de escrófulas, raquitismo, atrepsia, infartos ganglionares, erupciones, etc.

Lo que abunda poco, a pesar de encontrarse varios niños como éstos, terreno abonado para la siembra y reproducción del bacilo tuberculoso, es la tisis, acaso por la falta de gérmenes, ya que no hay enfermos que los expidan: tan sólo en el espacio de seis años he visto morir, con muy cortos intervalos, un padre y tres hijos de tuberculosis, pulmonar en el primero y extendida en los otros al peritoneo, ganglios, etc. Tampoco se observa sífilis más que en muy contados casos procedentes de otras partes, siendo lo único que en este particular aquí se vé alguna blenorragia.

En cuanto á epidemias, no deja de ofrecer un vasto campo para su desarrollo el vecindario de este pueblo, según puede deducirse de mis observaciones personales en los seis últimos años y de los escasos recuerdos de mi infancia.

Sin remontarme, pues, á épocas lejanas, cuyos datos no he buscado por creerlo innecesario á mi objeto, tengo que hacer mención de una epidemia de tifus por los años 67 y 68, cuya gravedad y extensión debió ser tal, que obligó á las autoridades á prohibir el toque de campanas en los entierros, con objeto de no asustar más á los ya atemorizados habitantes, y á mandar á los niños de la escuela, entre cuyo número me hallaba á la sazón, hacer grandes hogueras con tomillos en las principales calles y encrucijadas, con cuyos humos creeríase ahuyentar ó exterminar los gérmenes de la enfermedad.

A ésta siguióy casi enseguida, una epidemia de anginas, diftéricas según creo, tan mortífera ó más que la del tifus, por lo menos algunos días; pues que entre los indelebles recuerdos de aquella edad, conservo el de que un día se practicaron siete inhumaciones, cosa extraordinaria para la localidad.

Hacia los años 73 y 74 también la viruela hizo sus víctimas, hasta que vencidas, según, mis informes, las resistencias opuestas por la ignorancia á la revacunación, ésta consiguió la terminación de la epidemia.

También debo mencionar aquí, por su importancia para la explicación de ciertos puntos relativos á la epidemia objeto de esta Memoria, la existencia de una epidemia de sarampión en 1884 y otra de coqueluche en 1888, de las que parece fueron invadidos casi todos los niños, según las referencias recibidas.

En 1890, época de mi establecimiento como médico en esta villa, reinaba a la sazón una epidemia de difteria, de la que una larga y grave enfermedad no me permitió tomar apuntes; pero que no debió de ser de mal carácter, ya que ocasionó pocas defunciones, en comparación de los niños invadidos, que fueron muchos.

Luego sobrevino otra epidemia de viruela con cuatro defunciones por sesenta y tantos atacados, y en la cual la revacunación por mí practicada á dos tercios al menos de la población total, volvió á demostrar su eficacia é inocuidad.

Epidemias de grippe, apenas pasa un año en que en una ú otra época, sobre todo en primavera, dejen de visitar el pueblo, siendo la principal, entre las por mí observadas, la de la primavera de 1893, no sólo por el excesivo número de atacados en poco tiempo, sino también por la frecuencia de las complicaciones torácicas y abdominales y algún caso tisico, á pesar de lo cual no dio lugar á ninguna defunción.

Ha habido también, en este tiempo, epidemias de escarlatina, de no mucha extensión, por dos veces, de catarros ó bronquitis epidémica infantil, de oftalmías, varicela, la de sarampión y coqueluche que voy á describir y en la fecha actual, Julio del 96, de parótidas; siendo raro, por tanto, el lapso de tiempo de cinco á seis meses en que el pueblo se haya visto libre de enfermedades epidémicas.

Probado, como queda por lo expuesto, que Villavieja posee condiciones abonadas para que las epidemias la escojan como presa, sería muy conveniente investigar la causa ó causas eficientes de tal hecho, para poder contrarrestar su maléfica influencia. Cuestión esta compleja  y de ardua resolución, no me atrevo á abordarla de plano, y sí sólo á decir que es indudable que las condiciones especiales de la localidad ó modo de ser de los habitantes, deben prestar ayuda á las causas de las epidemias, ya para la invasión ó ya para el desarrollo.

Y se comprueba con el hecho, bien observado, de que siendo las condiciones higiénicas de las casas, del suelo, de las vías y establecimientos públicos de los pueblos inmediatos inferiores en grado sumo á los de esta villa, y siendo también mayor la miseria y suciedad, no se comportan en ellos, sin embargo, las epidemias de tan mal modo, ya en cuanto á la frecuencia y número de invasiones, como en intensidad y número de complicaciones graves. Y como las principales diferencias en contra de éste y en favor de los pueblos inmediatos, estriban, por lo relativo á este asunto, en el arroyo que pasa por el pueblo, huertos intraurbanos, fábricas de curtidos, contaminación de las aguas del arroyo con los productos inservibles de las mismas, escasez de aguas potables, ocupaciones diversas y frecuentes viajes de los moradores, es lógico suponer que en alguna ó algunas de estas circunstancias debe hallarse la clave del enigma que quisiéramos descifrar.

Pero aún queda otro: ¿Cómo se explica que siendo este pueblo frecuente asiento de epidemias, su cifra de mortalidad sea tan escasa? Pues haciendo que la higiene individual supla las deficiencias de la general; haciendo desempeñar á las buenas condiciones de las viviendas, su fácil ventilación, exquisita limpieza, pulcritud y esmero con que son atendidos los enfermos, el papel antagonista al de la causa de la infección que, si no pudieron evitar, aminoraron al menos en sus efectos, poniendo al organismo en condiciones de luchar con más ventaja contra ella, y cuyas condiciones no se realizan generalmente en otros pueblos, ni aún en éste hace una A^eintena de años (1).

(1) Omito hablar de la falta ó no presencia en este pueblo de otras enfermedades epidémicas y causas que han podido influir en su no presentación, por no hacer demasiado difusa esta parte de la Memoria; pero no me atrevo á dejar sin correctivo, por los perjuicios que pudiera irrogar, la opinión, aquí muy generalizada, de que si el cólera no ha visitado este pueblo, estando próximo algunas veces, ha sido porque las emanaciones de los curtidos son un antídoto contra aquél; y cuya explicación cabe mejor en el hecho de que siendo el suelo de esta villa impermeable y seco, y usándose solamente como bebida el agua de manantiales, no encuentra el bacilo de Koch medio adecuado para su penetración en ella y desenvolvimiento subsiguiente.