1 de septiembre de 2011

La Plaza del Corrillo

Un nuevo artículo de José Sánchez Rojas sobre la plaza del Corrillo, uno de los rincones más típicos y encantadores del centro de la capital charra. Por cierto, si queréis saber más y leer más sobre este escritor salmantino, podéis pasaros por el excelente blog "Entre el Tormes y Butarque":
http://entreeltormesybutarque.blogspot.com/search/label/Sánchez Rojas


Estampas de España
Los Porches del Corrillo

Rasgado el arco de San Martín, sin la escalerilla típica, los porches del bien amado Corrillo salmantino continúan siendo el último refugio de la escolaresca. ¡Viejos colmados del Fraile y de la Obdulia, cuánto sabéis vosotros de los holgorios estudiantiles, cuando el dinero de la mesada, mil veces hurtado a la patrona, riñe su batalla para salir del bolsillo! Vinillo claro de los Villares, plato sabroso de picadillo, hornazos y empanadas recientes. Y después, la excursión a Tejares, los mesones solitarios de las Barcas, el río espejándose en los olmos polvorientos y centenarios de las orillas; la mirada de la moza prometedora que sabe dar alegría para todo el día. Excursiones que en el Corrillo empiezan y rematan en el Corrillo; pegotes barrocos que en-rinchan la iglesia de San Martín; porches que conocieron los devaneos de Don Diego de Torres y Villarroel y las estadas de los pícaros hartos de la sabiduría rugosa de los libros, el Corrillo salmantino es hermano del Potro cordobés y del Zocodover toledano.

Pocas estampas salmantinas de trazo más claro y de relieve más saliente. En esta plaza ya crece la hierba cuando la ciudad anda dividida en bandos y el pobre San Juan de Sahagún no da paz á la mano y á la lengua tratando de volver la tranquilidad a los espíritus. Muy siglo XVI, esta plazuela, cuando la fábrica románica de San Martín no conoce aditamentos y pegaduras de épocas posteriores, en ella se celebran las francachelas de los grados y la buena suerte de los favoritos en escalar rejas y besar doncellas á hurtadillas. En el XVII sigue la tradición de sus colmados y tabernas, de sus callejones accesorios y de sus rincones ocultos á la mirada de los ociosos. En el XVIII, con D. Juan Meléndez Valdés, solterón y siempre acompañado de la sobrina pacata que conociera Jovellanos, el Corrillo continúa siendo, además del acceso natural a la Rúa que pone en relación el Centro con la Escuela y el paraje más corto para el Colegio del Espíritu Santo de los Hijos de Loyola, el lugar frecuentado por los arcades que van á oir los discursos y alegatos forenses de Don Juan al final de la plazuela y descienden luego las escalerillas, para saludar al clérigo catarroso de D. José Iglesias de la Casa, que vive en la Plaza, á la misma vuelta. En el XIX, los amigos de Toribio Núñez se reúnen bajo los soportales para romper el medallón de Fernando VII, y los de Sánchez Ruano y Rodriguez Pinilla —auxiliados por los carboneros de Matilla de los Caños— vigilan á los carlistas en días de revueltas electorales. Y en el XX, la misa de doce de San Martín, oída por las bellas, borda los mejores ensueños estudiantiles al cobijo del arco que se rasgó.

E! Corrillo salmantino, más grabado en la memoria de los mozos que el encaje plateresco de su escuela, es, para los que han estudiado y amado en Salamanca, el paraje que más gratamente se recuerda. Hace años, yendo nosotros al frente de una tuna por los pueblos del Norte, el alcalde de Bilbao nos recordaba, con emoción sincera, los figones del Corrillo. Y ellos y el café de la Perla, y los billares del Pasaje, y el picadillo de Tejares, y los bailes domingueros, á la calda de la tarde, de Villares y de Aldealengua, ocupaban en su espíritu un lugar al lado de las lecciones de los Arés y de los Dorado, de los Unamuno y de los Gil Robles. Una tempestad de aplausos de los muchos resonaba en el hall del Municipio bilbaíno cuando el alcalde terminó de evocar su juventud. Exaltemos el Corrillo; los cronistas oficiales, que vegetan entre infolios amarillentos á espaldas de la vida, desconocen el Corrillo, acaso porque nunca han tenido juventud. Al lado del goce de las piedras de oro de los palacios y de las casonas hidalgas, hay que conocer un poco el vinillo nuevo del Fraile para gustar del hechizo de aquella ciudad, que enhechizaba á Miguel de Cervantes, amigo de las algaradas de los patios y de las aceitunas sabrosas y del vino del Guadalcanal de las tascas y de los figones.

José SÁNCHEZ ROJAS
Nuevo Mundo, 5 de Julio de 1929
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