9 de julio de 2012

Segadores portugueses

En 1910 se produjo la abolición de la monarquía portuguesa, instaurándose la república. La situación política y económica que había propiciado ese cambio no mejoró las cosas. Siguieron varios años de gran inestabilidad con luchas de trabajadores, tumultos, levantamientos, homicidios políticos y crisis financieras, que terminarían en 1926 con la dictadura de Antonio Oliveira de Salazar. En 1912 las relaciones hispanolusas eran bastante tirantes. Desde la frontera española, donde se habían refugiado los monárquicos portugueses, se amagaba una invasión del territorio del país vecino que contaba, más o menos, con la anuencia tácita de varios gobiernos europeos, entre ellos España. En el otro lado de la frontera tampoco estaban de brazos caídos..., así que la situación era bastante tensa. De hecho, pequeños destacamentos de la guarnición militar de Ciudad Rodrigo se habían desplazado hasta Fuentes de Oñoro y Lumbrales. A pesar de este embrollo político, las relaciones entre las poblaciones a ambos lados de la "raya" seguían su curso normal. Era muy frecuente que en la época de la siega, grandes cuadrillas de portugueses se trasladasen a territorio español para realizar esta faena. Bastantes de ellos llegaban a Villavieja. En ese contexto, se produjo un conato de "huelga" en plena campaña. El corresponsal de El Adelanto lo achaca a la infiltración de elementos socialistas entre los trabajadores portugueses. Se nos dice que intervinieron las autoridades -lean ustedes la Guardia Civil- con lo que los cabecillas de la rebelión salarial tuvieron que salir pitando. No sabemos a ciencia cierta las causas de esa "media huelga" pero mucho nos tememos que desde el lado español, y ante las desesperadas condiciones económicas imperantes en Portugal, se habían llevado los jornales a la baja. Sea como fuere, aquí os dejo el relato de la huelga que hacía El Adelanto en su edición del 22 de Julio de 1912, precisamente el día del centenario de la batalla de Arapiles.

Con motivo de la siega de cereales que va ya casi tocando á su término, han sido muchos los obreros de campo que han venido á ocuparse en esa faena, y sobre todo portugueses. Y por cierto que serviles y humildes, como son por lo general los que solemos ver aquí, han venido este año un poco levantiscos y con ganas de armar camorra, como si los aires de insubordinación que corren por su nación, se les hubiesen infiltrado en el alma. No todos, claro es, ni tampoco la mayoría; pero han debido de venir entre ellos algunos socialistas ó afines en ideas que quisieron imponer se á todos, y recorriendo cuadrilla por cuadrilla en el campo, atravesando los sembrados sin reparo, burlándose de los dueños, amenazan do á alguno de éstos y contestando á sus insinuaciones con vivas á la República, pretendieron hacer que se elevasen los precios dé los jornales y que no se respetasen los pactos y contratos que varios habían hecho antes de su venida. Fue preciso que interviniese la autoridad y todo terminó con la marcha precipitada dé los promotores, que eran por lo visto pocos, y con la vuelta al trabajo de los demás después de haber perdido medio día. Estos ahora continúan tranquilos segando y sin preocuparse gran cosa de los sucesos que ocurren en su tierra. Preguntan, sí, á quien lee periódicos, cómo van las cosas; pero dicen que es sólo por saber y que lo mismo se les da que triunfe la Monarquía que la República. Ni la una ni la otra, dicen, nos relevan de la necesidad de "trabalhar".

El Adelanto, 22 de julio de 1912.

Completamos la entrada anterior con un pequeño texto publicado en "La Esfera" el 30 de enero de 1915. La foto que acompaña a este "post" formaba tambié parte de dicha publicación.

Muchas tardes, desde la ventanilla del vagón, atravesando la reseca llanura castellana,los vimos encorvados bajo su sombrerón de palma, en mangas de camisa, derribando conla hoz, á golpes rítmicos, la gracia—oro y susurro- de la mies.Ardía la tierra; abrasaba el aire; enervante y tenaz sonaba el estridor de las cigarras. El campo, ondulando suavemente, dilatábase inmenso, sin un árbol, sin un arroyuelo, sin una clemencia.Algún pajarillo borracho de luz, deslumbrado por el resistero, volaba con torpeza de murciélago. De entre las péndulas espigas brotaba una canturía monótona, bronca y sin jugo; y el cielo, blancor de ascua tenía, y la tierra, amarillenta, agrietada y dura, hálito de horno exhalaba.Aquello, que en el sembrado era tortura, desde el tren no pasaba de colorido espectáculo. La cuadrilla de segadores, anegada en Ia áurea opulencia del trigal, retuvo durante varios minutos la atención del viajero.

Y el orondo señor que se dirigía a una playa cualquiera, encendió el cigarro, esparció perezoso la mirada, y dilatando el abdomen se digno emitir cierto comentario sentimental:

—¡Pobres'. ¡Con el calor que hace!

Sin perjuicio de que, á continuación, el descontento que sistemáticamente corroe á todoslos nacidos le arrancase otra reflexión harto discreta:

—Y, no obstante, ahí los tiene usted. Con un cacho de pan y un trago de vino, son felices.Viven como bestias, pero son felices. Ni conocen el dolor de discurrir ni les envenena la rabia de «llegar»...